Mariquita sólía inventarse gente y tomar con ellos el té; nunca se gastaba nada, más que su alma sinuosa de emociones irreales.
Mariquita decía oraciones inconclusas,porque no había aprendido a solucionar el tema de los finales. Cruzaba los dedos para no tener que llegar a uno, para que a la hora de partir, no hubieran palabras cursis, extrañas o incómodas.
Mariquita tenía un gato, que parecían tres; despreció a sus vecinos y cepillaba su pelo, para que todos pudieran ver su brillo inmesurable
Mariquita derrepente se llenaba la boca de guindas y se pegaba cabezazos al espejo, a ver si ocurría algo, a ver si en la pasada, se devolvía una nube mágica
Mariquita ni escuchaba lo que ocurría en las rosas, donde los pulgones armaban juergas y tocaban arpa, porque esa era hora de dormir, como lo había indicado mamá.
Mariquita pese a todo pronóstico un día se curó, y se sacó todo de la bolsa del pan, y miró de frente.
Todo allá afuera había cambiado.
Ella debía ir cambiar. O transformarse en una linda salmón.
Y pensó que el ser sirena no era tan complicado.